domingo, 15 de agosto de 2010

Dulce locura

Debo confesar que disfruto del sufrimiento que me provocas. Y no te lo tomes como reclamo y mucho menos como reproche pues me atrevo a decir que para mí, no hay mejor sensación que el etéreo dolor de extrañarte; de sentir el vacío húmedo que deja tu lengua en mi boca después de cada beso. Claro, no puedo ignorar la insania que me causa tu ausencia, pero tampoco puedo negar el suave placer que me produce respirar un aire que pide a gritos tu aroma. Ese que tanto me gusta y ni siquiera tú sabes distinguir.
Dime demente si quieres. Si serlo es gozar el eco de tu voz al teléfono y saberte lejos… definitivamente te estás convirtiendo en mi locura.

lunes, 12 de julio de 2010

mi realidad :D


Anoche me pasó algo extraño- en el mejor sentido de la palabra, claro está-. Me quedé dormida y de repente apareciste en mis sueños. Era como revivir cada caricia y cada beso… la única diferencia es que en ese momento, existías sólo en mi cabeza.
Cuando desperté y te vi frente a mí, sentí el golpe de lo corpóreo justo en mis pupilas, en mi respiración y hasta en mi ritmo cardiaco. Fue como si la fantasía y la realidad comenzaran una lucha por determinar al autor intelectual de mi felicidad. El veredicto fue sencillo: ningún sueño ni utopía se compara con la brisa que emana de tu respiración y empaña mi nuca mientras duermes.

lunes, 22 de marzo de 2010

Un mundo paralelo

Ya llegó la primavera. Los incesantes rayos de sol acarician bruscamente la piel, mientras el canto de las aves en las copas de los árboles apenas se percibe.
Varias personas esperan en el cruce, sólo una luz roja los separa de los torniquetes de metal que anuncian el inicio de un viaje distinto, apartado de la armonía citadina, tan cómodo y calmado que cuesta trabajo creer que cueste solamente cinco pesos.
Hay dos o tres personas –o cuatro, o diez- esperando en el andén. A lo lejos se alcanza a ver el puntito color carmín que se acerca.

Despacio y sin empellones -como es costumbre en todo el transporte público de la Ciudad de México a las cinco de la tarde- se aborda el camión de interiores sombríos.
Es un buen día para viajar en lo último en traslados de la ciudad, pues el olor a diesel y lociones de caballero, por supuesto en cantidades moderadas, inundan cada espacio de la enorme furgoneta –con mucha más suerte y el mismo calor, el olor sería parecido al de la ropa justo después da la sesión vespertina de gimnasio-.

Sería casi imperceptible el cambio de estación, si no fuera por el joven de 1.85 que tiene que abalanzarse sobre los pasajeros para que la puerta pueda abrirse pero, ¿qué importa un ligero estrujón, si se tiene al lado a las nuevas generaciones?, a esos chicos y chicas de suéteres color verde bandera, camisas blancas de cuello cuadriculado y mochilas casi vacías – claro; ignorando los libros, cuadernos y chamarras que lograron meter con calzador – que van hablando a un volumen razonable.

“Con permiso, con permiso”, grita el señor de traje gris y maletín de piel, mientras se abre paso –como puede- entre la gente.
A estas alturas es difícil saber cuántas estaciones faltan para cualquier destino por la cantidad de cabezas, dentro y fuera del transporte, que tapan los señalamientos.

“¿Bueno? Oye te marco después, es que voy en el Metrobús”, dice el joven observando a la demás gente esperando no molestar –si supiera que todos van atrapados en su burbuja individual, creada por audífonos y un Ipod-.

Conversaciones por doquier, marcas de sudor en los cristales de las puertas y ventanillas, miradas fugaces, el rugir del motor, el calor que éste desprende y que provoca una sensación de haberse quedado dormido con las piernas al sol.

Las piezas de goma que unen las puertas plegables –con un agujero justo en el medio, para mejor agarre del pasajero más cercano a ella- se separan en la última estación.

Es clara la nostalgia de saber que el viaje ha terminado. Incluso se pueden ver lágrimas en algunos rostros –que bien podrían confundirse con gotas de sudor, pero es claro el porqué del llanto-.

Vacío, se aleja el camión parecido a un trolebús- pero rojo y un poco más caro, claro está-, y con él, todo ese júbilo de compartir con aproximadamente 180 pasajeros –aunque su capacidad real sea de 160- ese viaje que por un momento lleva a un mundo paralelo, parecido a una lata de sardinas.

jueves, 18 de febrero de 2010

No lo vuelvo a hacer

No hay mucho que explicar, simplemente es mi tarea de Géneros Periódisticos y me gustó =D. Gracias


La noche transcurría normal. El vaso lleno de cerveza reposaba sobre su mano mientras lo aproximaba a su boca para beber el contenido de un trago. Uno, dos, tres, los vasos iban y venían como la brisa que rozaba sus mejillas.
De repente sus piernas empezaron a temblarle mientras bailaba y cantaba con júbilo la pieza que provenía del altoparlante que alcanzaba a verse al final de la escalera: You are the dancing queen, young and sweet only seventeen…you can dance, you can jive, having the time of your life uuuuh see taht girl, watch that scene, diggin’ the dancing queen.
Alguien le alcanza un nuevo vaso de cerveza –vodka, tequila, ron, brandy; en ese momento ya ignoraba el contenido- y para no variar lo bebe como si estuviera lleno de nada.
Comienza a sentir las miradas de la gente mientras sigue bailando aquella canción ‘viejita, pero bonita’ casi al mismo tiempo de comenzar a apreciar el retortijón justo en la boca del estómago. Sin pensarlo dos veces corre hacia el pasamano pensando en lo difícil que será cada uno de esos nueve escalones propiedad de la escalera de azulejo blanco que desembocan en la puerta engalanada por una hoja de papel con la leyenda ‘BAÑO’.
Sabe que será difícil, pero logra subir el primer escalón sin mayor problema. El roce con el segundo origina todo a su alrededor comience a girar y decide tomar un descanso. Con la cabeza recargada en el barandal, un sentimiento de aflicción recorre su pensamiento. El tercero y cuarto lo logra apoyándose del sexto y séptimo. Ya no pudo más.
El octavo escalón será el último que toque, pues el noveno no es más que el receptor de todo ese líquido viscoso y color rosa que le provoca el último comentario lúcido de la noche: no lo vuelvo a hacer.

miércoles, 17 de febrero de 2010

¡Épale que sabroso!

Siempre me ha gustado el jazz, pero ahora lo disfruto más. ¿Por qué?, no hay razón aparente. Podría ser la versatilidad de sus sonidos; de repente me suena a bossa nova y me dan ganas de bailar; otras veces se me hace un sonido de lo más erótico y me dan ganas de seguir bailando.

¡Qué bonito es el jazz en todas sus presentaciones! Aquí les dejo un par de videos que espero disfruten como yo lo hago ahora.
Compositora e intérprete de un jazz suave y tranquilón: Melody Gardot y sus dulces recuerdos. Seis muchachos disfrutando de su Jazz Vinil - nombre del primer disco de la banda tapatía-; Troker y su ritmo sabrosón, nomás fíjense que suave.

Malody Gardot-Sweet Memory

Troker-Fíjate que suave

sábado, 23 de enero de 2010

Pulque para dos

Recorrer las calles del centro de la ciudad de México siempre resulta bastante agradable. De Lázaro Cárdenas a San Antonio Abad, República de Cuba y Francisco I. Madero.

Al caminar por Aranda no se puede evitar percibir el sonido de la marimba y las maracas a ritmo de danzón. “¡Pulque!, para dos… ¡y arriba el pulque!, para dos” es el grito que acompaña la melodía que resuena en las paredes adornadas con motivos prehispánicos de colores psicodélicos de “Las duelistas”.

Los espejos que rodean todo el cuarto, reflejan las cuatro mesas blancas custodiadas por los banquitos de madera acomodados por todo el lugar; a ese mismo donde acuden los amantes de ese elixir espeso y con sabor y olor amargo que no a toda le gente agrada. La bebida de los dioses…el pulque.

Curados de avena, de apio y hasta a veces de piñón son servidos en vasos y tarros de vidrio, o bien en la cubeta de plástico siempre acompañada de su inseparable tacita para servir.

“¡Hola!, ¿cómo están? ¿Qué van a querer?”, dice Don Arturo, el dueño del lugar, segundos después de ver que cualquier persona cruzar las puertas abatibles color verde de su pulquería.

“¿Van a comer?” es la pregunta que hace uno de los cinco señores que atienden si es que la comida no se ha terminado. Pozole, frijoles, verdolagas y charales en salsa verde, son algunos de los platillos que son preparados en distintas ocasiones para los que lleguen a “echarse su pulque”. ¡Ah!, pero eso sí, siempre con sus respectivas tortillas.

El cubo de cemento y azulejo, la puerta de madera con una calaca pidiendo otro pulque y el techo inexistente fungen como el baño de mujeres. Al lado, una tarima y un mingitorio -sin puerta cabe mencionar- adquiere el papel de sanitario de hombres.

Las mesas suelen ser compartidas y nunca se sabe con quién se brindará, podría ser con la señora de cabello blanco que se deja besar por los cinco señores que atienden las mesas o con la chica de rastas que siempre llora en la esquina de la barra junto al enorme molcajete después de pelear con el que parece ser su novio.

Los viernes y sábados, los días más concurridos, se hace el pulque de los sabores más extraños con frutas de temporada; este viernes el de tejocote es el que se regodea en el paladar de “la banda”, como dice Don Arturo.

Siempre presente el Volkswagen azul y blanco que pareciera tener más de 100 años, pero tan limpio como recién salido de la agencia. Recargado en el pequeño auto, el joven autor de las pinturas que engalanan el lugar, siempre es reprendido por el dueño debido al extraño olor proveniente de la pipa de madera que sostiene entre los dedos.

El olor a viseras es una constante por el exagerado número de pollerías alrededor de la pulquería, pero eso no es impedimento para aquellos que una y otra vez regresan a probar aquel líquido viscoso…pero sabroso.

“Se inauguró en la colonia Pensil la pulquería de Osofronio el mayor” diría Chava Flores cantando Los Pulques de Apan. Ni es Osofronio el mayor ni es la colonia Pensil… pero qué bonito es saber que hay un pedacito de Hidalgo a solo dos calles de Salto del Agua.